El periodo vacacional de agosto siempre es propicio para la lectura de algún libro de esos que gusta leer con calma.
Imagínate una biblioteca inteligente. Una biblioteca que tiene digitalizados todos sus libros, colecciones y demás recursos, y que estos se sirven por Internet directamente al teléfono móvil del usuario. La biblioteca posee una gigantesca base de datos donde se cuantifica cada pequeño detalle de cada uno de los libros. Además, cuenta con potentes algoritmos informáticos capaces de mezclar la enorme base de datos con otros conjuntos de datos con información personal de los usuarios. A partir de los gustos personales, preferencias y estilos de vida captado de los perfiles de los usuarios en las redes sociales, otros algoritmos escupen recomendaciones de lectura personalizadas y hasta se atreven con predicciones de lecturas, hasta llegar al grado de recomendarnos libros de contenido más ligero si se anticipa un mes con mucho trabajo, o libros de viajes si nos encontramos planificando las próximas vacaciones de Semana Santa. Y todo ello sin interaccionar con la biblioteca, porque la biblioteca es inteligente. No hay que pedirle nada. Ya sabe todo el pasado y presente de cada usuario y parte del futuro inmediato. Calcula sus decisiones y predicciones masticando y analizando datos que generamos diariamente.
"Against the Smart City" de Adam Greenfield, es en realidad el libro que he le'ido este verano. No habla de bibliotecas inteligentes, sino de ciudades inteligentes (en el momento que se añade un adjetivo como inteligente, denota que existen también ciudades "tontas". Y edificios tontos. Y neveras tontas... Un sin-sentido) . Se trata de un breve ensayo que critica con dureza la locura actual en cuantificar cada detalle de las ciudades vía las tecnologías de la información, redes, sensores, etc. con el beneplácito de los políticos y en pro de la eficiencia máxima de recursos y la perfección absoluta en la toma de decisiones. La ciudad inteligente, tal como la concibe la industria tecnología interesada únicamente en implantar sus fabulosos sistemas informáticos en las ciudades como si se trataran de fábricas de automóviles, se olvida de sus ciudadanos y de la propia ciudad como ente vivo, complejo, dinámico y cambiante. La ciudad y sus ciudadanos forma un todo imperfecto, con raíces socio-económicas y culturales diversas, ligadas al territorio donde se encuentran, ligadas a las costumbres de sus ciudadanos, ligadas al clima y al entorno que las rodea, ligadas en definitiva a una época. Hay cosas que simplemente no tiene sentido que sean perfectas. Son el motor y sello de identidad de las ciudades y sus ciudadanos que son imperfectas. Si fueran perfectas, no funcionarían sin más.
Al igual que la inmensa mayoría de los mortales de una ciudad cualquier, el autor no está en contra de los avances tecnológicos en las ciudades, sino de la codicia de un puñado de empresas en buscar un nicho de negocio rentable y rápido en las ciudades en aras de la modernidad sin detenerse un instante en preguntarse si todo eso lo necesita una ciudad. El objetivo es simplemente económico, en busca del contrato multimillonario del mantenimiento del sistema a costa de los contribuyentes pero sin contar con ellos.
Un sí rotundo a los avances tecnológicos en las bibliotecas, con lógica y sentido, siempre que refuercen (y no destruyan) la propia identidad de una biblioteca. Un rotundo no a las biblioteca inteligentes como las del ejemplo ficticio al principio de esta entrada que destruyen la esencia milenaria de las bibliotecas por el mero hecho de la modernidad.
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